Sola

Hay momentos en la vida en que, sin aviso, nos encontramos completamente solos en una habitación llena de nuestra propia compañía. Es como si el universo nos guiara suavemente hacia una pausa necesaria, un reencuentro íntimo con nosotros mismos. Estos últimos meses, he sentido esa soledad en toda su intensidad. Mi vida ha dado un giro, y en el proceso, he atravesado una crisis laboral, económica y emocional que me ha dejado sin muchas personas a quienes recurrir. Mi padre, en Estados Unidos, está lejos y no lo he visto en cinco años; mi madre, en Perú, hace más de un año que no la abrazo. Yo vivo en España, a miles de kilómetros de quienes me dieron la vida, sola y con el peso de muchas cosas que nunca imaginé cargar sola. Al principio, la soledad me pareció fría, casi cruel. Pero, poco a poco, comencé a ver sus facetas más profundas. Aprendí que estar sola es un arte, una forma de encontrarme, un espacio sagrado que me permite ser quien soy, sin máscaras. Descubrí que llorar en público, algo que antes hubiera evitado a toda costa, se convirtió en una terapia tan liberadora que ahora casi lo extraño. El puerto de Valencia se volvió mi refugio, mi confesionario silencioso. Con mis cascos puestos y alguna melodía que acompañara mis pensamientos, me sentaba a mirar el mar. Si mis ojos se llenaban de lágrimas, no me importaba; esa era mi hora, mi lugar, y las olas escuchaban lo que nadie más podía entender. Por las mañanas, empecé a disfrutar esos cafés solitarios en mi rincón favorito de la ciudad. Sentarme allí, ponerme un video o leer un blog que me sacara una risa, y reír a carcajadas sin importarme si alguien se giraba a mirar. Aprendí que la felicidad también es un acto privado, y que compartirla con uno mismo tiene un sabor especial. Al final, la gente me miraba y, a veces, hasta sonreía conmigo, porque la risa sincera es contagiosa y siempre nos recuerda que hay algo bello en cada instante. Esta etapa de soledad me enseñó muchas cosas. Aprendí a ser valiente, a tomar decisiones importantes sin esperar una mano que me guiara. Aprendí también a pedir ayuda, algo que me parecía imposible, pero que resultó ser uno de los gestos más hermosos que pude ofrecerme. Aprendí a ser fuerte, pero también a mostrarme vulnerable, a dejar que otros vean mis lágrimas sin vergüenza. Aprendí a querer y a soltar, a dejar ir a las personas y situaciones que ya no me sumaban. Conocí gente maravillosa, pero también aprendí a alejarme de aquellos que, a pesar de estar cerca, ya no pertenecían a mi historia. Para quienes estén pasando por algo similar, quiero decirles que estar solo no significa estar perdido. A veces, la soledad es el espacio que necesitamos para conocernos de verdad, para descubrir nuestras propias risas, nuestras propias lágrimas, para aprender a sanar desde adentro. La vida, en su manera misteriosa, nos lleva a lugares y momentos que parecen vacíos pero están llenos de enseñanzas, de fuerza, de amor propio. Porque al final, cuando aprendemos a estar solos, aprendemos también a ser nuestra mejor compañía. Y allí, en medio de todo, descubrimos que nunca estuvimos realmente solos.

Carta a un amor que transforma.

Mi amor. En la vida, nos encontramos con diferentes almas que iluminan nuestro camino o, en ocasiones, apagan la luz que llevamos dentro. A medida que me acerco a los 30 años, reflexiono sobre el significado de dejar atrás un amor, sobre cómo las experiencias han transformado el dolor de los veinte en un proceso de crecimiento y renovación. Hoy me siento inspirada a escribirte esta carta, no como una despedida amarga, sino como un acto de liberación y renacimiento. Atrás quedan los días en que el adiós significaba dolor agudo; ahora, entiendo que dejar ir es un paso necesario para permitir que nuevas energías fluyan en mi vida. Nuestra historia comenzó de manera casual, dos almas solitarias que se cruzaron y decidieron caminar juntas. Sin embargo, conforme el tiempo avanzaba, comprendimos que la compañía no siempre es sinónimo de conexión y que, a veces, el destino nos coloca junto a personas que nos ayudan a crecer de maneras inesperadas. Aunque nos encontrábamos en caminos distintos, decidimos recorrer juntos un trecho de nuestro viaje. Nuestra unión, impulsada por la soledad compartida, se volvió un refugio temporal en el que encontramos consuelo mutuo. Sin embargo, como ocurre a veces en la vida, nos dimos cuenta de que la compañía no siempre garantiza la conexión profunda que anhelamos. Este adiós no lleva consigo reproches, sino una aceptación serena de que ambos merecemos seguir nuestro propio camino hacia la plenitud individual. A medida que nos despedimos, quiero agradecerte por ser mi héroe en ese capítulo de mi vida, por las risas compartidas y por la seguridad que me brindaste cuando más lo necesitaba. Llego a los 30 años con la certeza de que cada experiencia, cada encuentro, forma parte de mi crecimiento. Nuestra historia es un capítulo valioso en mi libro de vida, pero ahora es momento de girar la página y abrirme a nuevas oportunidades y aprendizajes. Que la vida te guíe hacia nuevos horizontes, y que encuentres en el camino la felicidad y el éxito que mereces. Llevaré conmigo los recuerdos de nuestro tiempo juntos como un tesoro en mi corazón, agradecida por lo que fuiste y lo que me permitiste ser. Con amor y gratitud eterna, Lucecitas

Magia en el Aeropuerto de Madrid

Entre Lágrimas y Abrazos: Magia en el Aeropuerto de Madrid El aeropuerto de Madrid, un escenario de emociones, se convirtió en testigo de un capítulo inolvidable para mí este fin de semana. A la espera de mi madre, quien venía por primera vez a España, fui testigo de una escena conmovedora en la puerta de salida del terminal 4. Un mar de personas, en su mayoría latinas, se agolparon con globos y carteles de bienvenida, ansiosas de reencontrarse con sus seres queridos. Cada rostro irradiaba una historia única de espera, añoranza, amor y soledad, y las lágrimas, aunque contenidas con esfuerzo, reflejaban el brillo de emociones intensas. La espera larga se desvanecía en ese momento, mezclándose con las emociones en el aire. El tiempo cedía ante el encuentro intenso, y la realidad se unía a los sueños hechos realidad. Las lágrimas, al fin liberadas, mostraban la felicidad recuperada. El aeropuerto se volvía un lugar mágico donde las historias familiares se unían por las mismas emociones. Las barreras del tiempo y la distancia caían ante los abrazos, convirtiendo la espera en un momento importante del reencuentro. Los abrazos, como tesoros esperados durante años, se materializaban en ese instante. Mágico. Hijos anhelando volver a sentirse abrazados por sus padres, padres deseando recobrar la sensación única de ser llamados así al reunirse con sus hijos. Cada abrazo encerraba en sí mismo la esencia de la añoranza, de los días perdidos que ahora se convertían en un presente abrazador. Al abrazar a mi madre, experimenté en carne propia las emociones que se desarrollaban a mi alrededor. Las palabras parecían insuficientes, y solo el abrazo sincero lograba expresar lo que mi corazón sentía. En ese instante, comprendí que el aeropuerto no es solo un lugar de llegadas y partidas; es un epicentro donde los lazos familiares se fortalecen, donde los corazones laten al unísono, recordándonos la esencia misma de nuestra humanidad: el amor incondicional que trasciende fronteras y distancias. En este rincón especial del aeropuerto de Madrid, donde las emociones vuelan alto, quedó plasmado un fragmento de las historias de aquellos que, como yo, han experimentado la dicha de volver a abrazar a quienes aman. El aeropuerto, sigue siendo testigo de esos momentos inolvidables que se graban en el alma y nos recuerdan la belleza de estar juntas, sin importar cuán lejos hayamos llegado.

Mamá ya volví, como te lo prometí.

Aquí estoy de nuevo, de vuelta a casa después de cuatro años que parecían una eternidad. Gracias por esperarme con los brazos abiertos, mamá. Este mes que se despliega ante nosotros es un regalo, una pausa en el tiempo para abrazarte y expresar mi gratitud a la familia y amigos que hacen que cada retorno sea tan especial. Este regreso a las calles familiares es como reencontrarme con las páginas de un libro que pensé que se habían cerrado. Pero aquí estoy, escribiendo otro capítulo con las risas compartidas, los abrazos apretados y los pequeños detalles que hacen que este lugar sea inconfundiblemente hogar. Recuerdo tus tardes tejiendo sueños en la cama y mis saltos a tu lado que llenaban la habitación de risas. Ahora, esos momentos simples se vuelven a repetir y se sienten como tesoros que atesoro con cada fibra de mi ser. Volver a casa no es solo un regreso físico, es un regreso a mi esencia, a mis raíces. Cierro los ojos y siento la calidez de tus abrazos, la seguridad que solo tus brazos pueden brindarme. La nostalgia se mezcla con la alegría, creando una mezcla única de emociones que solo se experimenta al volver a casa. La vida me llama de nuevo, y aunque tengo que partir, dejo aquí un «Maya ya vuelvo (por segunda vez)». Este adiós es temporal, porque sé que el amor que nos une es más fuerte que cualquier distancia. Gracias por ser mi refugio, mi hogar. Te quiero mucho, mamá, y este retorno es una melodía de amor que seguirá sonando en mi corazón mientras estoy lejos.

Vibraciones

Me siento diferente… Así comencé a preguntarme qué onda conmigo, en qué lugar estaba ahora y por qué me sentía tan distinta. ¿Alguna vez notaste cómo cada pareja te cambia todo? Tu energía, tu ánimo, la rutina diaria y hasta tu vida. ¡Incluso tu físico! Mira esas fotos de diferentes momentos y relaciones; a veces brillas con luz propia y otras, aunque sonrías, hay algo de tristeza. Es loco cómo te transformas un poquito o un montón con tu pareja. Cambias de carácter, aparecen problemas o, por el contrario, fortuna y éxitos. Si estás con alguien que debe karma, es como acompañarlo a pagar las cuentas. Pero si tu compañía es alguien que busca crecer y trascender, ¡te liberas de un peso existencial! Eso sí, siempre y cuando estés dispuesta a aprender de él o ella. Y no subestimemos el poder de la conexión íntima. Estar con alguien cuya vibración es muy diferente a la tuya puede afectar más de lo que piensas, ¡hasta existencialmente! Me di cuenta de que no existen parejas felices; más bien, existen personas felices que se encuentran. Y lo mismo con lo de las parejas tóxicas, más bien son seres afectados que se atraen. Esto es un recordatorio de que las relaciones son un juego de dos. En mis 25 años, estoy aprendiendo que cada relación, buena o mala, me ha moldeado de alguna manera. Somos como espejos que reflejan y absorben la energía de quienes elegimos tener cerca. Así que ahora me esfuerzo por ser consciente de mis vibraciones y elegir conexiones que me ayuden a crecer, evolucionar y, sobre todo, encontrar la verdadera felicidad en este viaje llamado vida.

Mujer, has tenido suerte.

«Estás donde estás porque has tenido suerte«; es lo que dicen todos luego de contarles mi historia. «Suerte» no fue coger mis maletas y dejar a mi madre a más 10mil kilómetros de distancia. No tuve «suerte» al dejar a mi familia y amigos, sabiendo que nunca más tendríamos esa misma conexión. «Suerte» no tuve al dejar atrás todo lo que ya había conseguido en mi país. «Suerte» tuve de ser mujer, porque me encanta ser mujer, y debo decir que mucho. Porque llevamos dentro esta naturaleza de tener muchas emociones en un mismo momento. Como esas ganas de llorar tan fuerte que explotamos en una carcajada y disimulamos la lagrima del llanto por él de una risa. Ganas de cargar con los problemas de todos pero jamás dejar que otros carguen con los nuestros. Ganas de amar mucho, y esperar que alguien te ame igual, o quizá no, pero ser amadas es lo que más nos gusta. Y aunque «algunos hombres» crean que nosotras esperamos un príncipe azul, sabemos que nos gusta más la valentía del guerrero, el humor del bufón, o cualquier jinete en un caballo que nos rete a ver más allá… y entienda que aquí nadie necesita ser rescatada. Y en lo personal, no creo que ser mujer haya afectado en mis posibilidades de fracasar o tener éxito.»Suerte» no fue, pero valentía sí, al igual que cualquier persona, hombre o mujer, la tuve. ‘Pero eres mujer, ¿sabes lo que te habría pasado?’ Lo sé y lo supe siempre, como el día en que me despedí de toda mi familia aquel viernes en Lima. Me senté con ellos y mientras contaba que me iba estuve esperando que me detuvieran. Que al contarles que no sabía a dónde iba con exactitud, ni con quienes me iba a encontrar, ni cuánto tiempo tardaría en volver, me dijeran que no era posible, que mejor me quedara en casa abrazando a mi madre y cuidando de ella, que lo siguiera intentando en mi país, que era muy peligroso y que no me dejarían hacerlo. Pero no, por el contrario, abrieron una botella de pisco para brindar que yo lo conseguiría, que ellos confiaban en que lo podría hacer, que pronto le regalaría la casa que se merece a mi madre, y que pronto ella tendría la vida que siempre quiso para mí. No se «acojonaron» porque yo fuera mujer, ni siquiera que tan solo tuviera 20 años. Mi familia lo vio en mis ojos, en mi humanidad, las ganas de trabajar y crecer que tenía eran imparables. Ellos no creían que porque sea mujer no tuviera las mismas oportunidades que otros, más susceptible quizá sí, o quizá no, y es que me da mas gozo terminar un proyecto que recibir un mensaje del amor de mi vida. Así que esa noche solo brindamos y afirmaron lo siguiente, «Si necesitas algo más dínoslo, y recuerda que tu familia estará siempre aquí para ti». Algún día cosechare mis frutos y no será por ser mujer, será por ser «yo».

El amor debería ser…

El amor debería ser generoso, sencillo, natural comprensivo, mutuo, compañero y sano. Debería fluir como el agua de los ríos, disfrutando más del recorrido, preocupándose menos por el destino final. El amor debería ser un beso de buenos días religiosamente antes de tomar el café de las mañanas, debería ser cocinar juntos aún así ninguno sepa cocinar, recostar la cabeza en su regazo mientras lee para que te acaricie el pelo, porque el simple contacto con su piel hace desaparecer cualquier preocupación, trae paz. El amor debería ser jugar como niños y terminar haciendo el amor en la mesa de la cocina, compartir vuestras canciones favoritas, aún así sabiendo que ya no podrás escucharlas de nuevo sin traer su imagen de regreso. Mirarse a los ojos y no necesitar decirse nada porque la honestidad brutal de la otra mirada refleja el mismo amor que la tuya. Contarse donde se rompieron y como hicisteis para reconstruirse el uno al otro. Abrazarse mucho y muy fuerte, respirándole, memorizando su olor. Contarse las canas…¿este es nuevo, verdad? Besarse. Hacer el amor como si no existiese nada más que vosotros y ese momento. Decirle que le quieres, que siempre le has querido, que siempre le vas a querer porque el vínculo que compartís no entiende ni de etiquetas, ni de fronteras, ni de años. El amor debería ser poder despedirse con una sonrisa agradeciendo todo lo compartido y deseando lo mejor. Agradecer la confianza que inspira el otro para hacer algo tan íntimo. Ojalá, nuestro amor, como esos ríos que se entrecruzan pueda volver a juntarse. Pero si no sucede, ten por seguro, que el amor que compartimos fue: generoso, sencillo, natural comprensivo, mutuo, compañero y sano.

Me dí cuenta que yo era su hija

«Hija, por favor no crezcas más… eres mi tesoro, mi regalo no merecido» Cumplía yo 15 años y ella se encargó de hacerme una fiesta sorpresa. Estaban todos mis vecinos, familia, mejores amigos, amigos conocidos, hasta mi amor platónico de ese entonces, y creo que fue solo porque ella se aseguró de que él fuera. Me conocía como la palma de su mano, me conocía mejor que yo misma. Lo único que no sabría ella es que yo guardaría sus palabras para días como hoy, en que la única razón que me hace seguir de pie es saber que la volveré a ver, que el regalo fue para mí, un regalo que no merecí yo. Entonces, me di cuenta que yo era… la hija única de la «Hermana Rosa», la que se desvivía por su alumnos, la que daba más de lo que le daban a ella siempre. La que era feliz con el kilo de plátano que traían a la puerta de casa por agradecimiento de que que sus hijos sacaban mejores notas en matemáticas. La mujer que crió cuatro generaciones de niños que ahora son como mis hermanos, unos ya se casaron, otros llamaron a sus hijas con el nombre de mi madre. Somos más de 400 los que fuimos amados por esta mujer. Y a pesar de ello, ella sabía como hacerme sentir especial siempre. Aún recuerdo cuando tenía 7 años y que a la media noche ella practicaba sus clases conmigo. Hasta el día de hoy no conozco alguna persona que pueda alcanzar aquella creatividad. Una creatividad llena de ilusión y compasión por las personas que podrían entender menos que otras, un amor en cada palabra para digirse a esos niños y unos materiales que ella se inventaba de cualquier cosa reciclada. Yo estaba celosa de que ella no fuera mi maestra en la escuela. A mi seguro me tocó alguna con los estudios hechos pero no con ese talento. Mi madre se tomaba horas y horas para crear algún material didáctico para que hasta el que menos quería aprender… aprendiese. Esos niños fueron creciendo y mi madre tuvo que dejar su trabajo. Siempre intentaba yo visitarlos aunque a mí solo me conocían como «¿Tù eres la hija de la hermana Rosa?, ¿Cuando viene tu mamá a visitarnos?».Y eso que mi mamá lo puso fácil, solo le agregó tres letras a su nombre y me puso el mío, pero no, yo solo era «La hija de la Hermana Rosa». ¿Qué pude hacer de bien en mis vidas pasadas para merecer una madre como ella? Siento hasta vergüenza al escribir en su nombre. Y pensar que esta noche podría estar echada en su cama riéndome con ella del mundo y siendo felices por lo que nos da El de arriba. Sé que le asusta como el mundo va por delante mío, y si le dijera que ni siquiera sé en que parte del mundo estoy ahora sería peor. Pero la vida, Dios, las decisiones de una adolescente con muchas hormonas acarrearon lo peor que le puede pasar a alguien, alejarse de una persona como «La hermana Rosa», alejarme de mi madre, dejarla, probar el mundo por mis cojones. Pero si le contase que lo único que tengo claro en mi vida es que sé de que se trata el «amor verdadero» , y es que no conozco otro amor más puro que en el de nuestras madres, ella se sentiría más tranquila. Porque no tuve miedo de enfrentarme a la vida sin ella, aunque mi vida sin ella no tiene significado alguno, pero sabe que ella se merece más y por eso no tuve miedo de ir a buscarlo. Tal ves no sepa que yo solo me levanto en la mañanas por ella, que solo al recordar que tendré sus carcajadas de nuevo conmigo me dan ganas de beberme tres red bulls para hacer que sus sueños al fin se hagan realidad, que duermo pensando en que si le falta algo no me lo perdonaría, que si me extraña yo la extraño más, que si ella piensa que alguien me hará daño yo no lo permitiré porque soy la hija de la «Hermana Rosa», y quizá no sepa que jamás amaré a alguien en mi vida como la amo a ella. Si supiera que la calefacción que está en frente mío no me calienta como sus abrazos, que ninguna ilusión pasajera se compara a llegar de media noche de la universidad y que te espere tu sopa favorita caliente en la mesa. Si supiera que si la pudiera abrazar ahora ella se hartaría de mi por que no la quisiera soltar nunca. Si supiera lo agradecida que estoy con el cielo de la madre que me ha tocado, que no es justo que la tenga tan lejos, pero es lo que me permite saber lo tan valiosa que es y que seguirá siendo por el resto de mi vida. Ojalá pudiese pedirle que me abrace ahora y decirle a sus oídos que ella es el regalo que yo no merecía.

Estoy hecha de…

En este rincón lejano, entre calles desconocidas y nuevas experiencias, descubro que mi identidad está compuesta por un collage de momentos, pequeñas chispas de vida que han marcado mi historia de maneras que aún estoy descubriendo.  Bajo el sol de Barranco, en el banco gastado del boulevard, contemplo el devenir de la vida. Las miradas curiosas del anciano y la vendedora de golosinas forman parte del paisaje de mi cotidianidad. En Surquillo, al comprar anticuchos, cada mordisco es una conexión instantánea con el rincón de Lima que llevo en el corazón. La cafetería modesta de Miraflores no solo es un refugio por su café, sino por las risas compartidas con mis amigas, cada una aportando su propia nota a la sinfonía de nuestras conversaciones. Este lugar se convierte en un santuario donde el tiempo parece ralentizarse, y las preocupaciones se disuelven en cada sorbo. Los regateos por el precio del pasaje se han convertido en pequeñas historias de mi día a día. Cada viaje es una aventura en sí misma, una lucha cotidiana que me recuerda mi capacidad para sortear obstáculos y adaptarme a lo inesperado. Porque, al final del día, esas pequeñas batallas se convierten en lecciones de resiliencia. Los desayunos olvidados y las papas fritas con huevo duro de mi madre son como tesoros de la infancia que guardo en mi cofre de recuerdos. Cada aroma, cada sabor, es un regreso a la seguridad de casa, una paleta de sabores que despiertan nostalgia y ternura. Las comidas con primos son como capítulos de un libro lleno de risas, peleas por la presa de pollo más grande y anécdotas compartidas. Son esos momentos de caos organizado que construyen los cimientos de la familia, un recordatorio constante de la importancia de las conexiones familiares. Y en medio de la oscuridad de la noche, la llegada de mi madre con una bolsa de comida es un faro que ilumina mi corazón. Ya sea camote cocido o conchas negras rebosadas, cada plato es un acto de amor silencioso que trasciende las palabras y se instala en el alma. Estos momentos, estos retazos de vida, son las hebras que tejen mi historia. Aunque esté lejos de casa, cada experiencia es como una paleta que pinta mi identidad en colores vivos y emociones profundas. Así, continúo construyendo mi camino en esta travesía, con la convicción de que cada instante es una joya única y preciosa en el tapiz de mi vida. ¡Y así, sigo explorando y saboreando cada pedacito de este viaje llamado vida con expectación y gratitud!

Líneas cobardes, carta a un amor tóxico.

Yo me había ilusionado con ese corazón tuyo, un corazón muy sensible y con muchas ganas de ser amado y respetado. Eres de esas personas que se desviven por dar lo que no tiene al que lo necesita. Intenté con eso «tapar el sol con un dedo», pero a veces el sol no solo calienta, también arde. Ya lo sabía, pero tenía que aceptarlo, aceptar que también tienes un corazón lleno de coraje y dolor. Un corazón que ha sufrido mucho y que no ha perdonado nada. Y ahí entendí que esas lágrimas que soltabas cuando te dejaba solo en casa no eran por mí, eran por ti, porque te llenabas de dolores pasados en tu soledad. Y por más que yo me quedaba días a tu lado tratando de «hacerte feliz» y viendo cómo sanabas, gracias a mí según tu madre, tampoco era por ti, era por la benevolencia mía. Nuestra relación se trataba de cuán complacido yo te hacía sentir y de qué tan bien calificados estaban mis abrazos según tu necesidad. Todo giraba en torno a ti, aunque siempre intentabas hacerme ver que lo importante ahí era yo. No puedo decir que estoy contigo por pena, porque pena me daría a mí si hiciera algo así, me apegué a ti y tu corazón tan roto me causaba ternura. Ya sabes que corría a recoger cada pedazo, mientras dejaba pedazos míos por ahí. Quizá no te lo hice ver, pero lo hubiera hecho por cualquiera, aunque solo lo hice por ti. Y ahí, en tu cuarto, entre risas fingidas, con charlas sobre tu vida, dinero, fantasías y muchos planes juntos, que muy dentro mío sabían que no ocurrirían nunca porque ya no nos tenía fe, quería abrir mi boca y decírtelo. Siempre se encuentra la manera, ya sea en una carta y sin dar la cara, quizá la forma más cobarde pero al mismo tiempo heroica. Perdóname, pero no te amo, no te amo como una novia debería amar a su novio, te amo como un día me enseñaron a amar, sin condiciones, sin esperar nada a cambio. Ese amor mío no significa arreglar los problemas bajo las sábanas callando todo con gemidos, no significa complicidad solo para cubrir expectativas y todo lo que me has pedido hasta ahora. Ese amor que conozco, que mi madre me enseñó y sé que me lo merezco. Ese amor que llega y te hace sentir como un niño de diez años enamorado, pero yo no lo encuentro porque busco en lugares equivocados. Y sí, date cuenta, tú eres mi lugar equivocado. Una persona no puede estar con otra porque cubre sus necesidades y ver cómo no te importaba que mi felicidad esté por debajo de la tuya era insano. El tiempo que pasamos juntos nunca fue perdido para mí, aprendí, y sé que tú también. Te deseo que sanes porque te lo mereces, porque ya cargaste mucho tiempo todo eso solo. Te deseo mucho amor en tu vida, te deseo que aprendas a soltar y perdonar, te deseo que seas feliz y que en esa agonía de la perfección deseo que alguna mujer te ame de verdad, no porque tú lo necesites sino porque te mereces ese amor, al fin y al cabo como todos nosotros. Te deseo paz, armonía y estabilidad. Te deseo lo mejor del mundo. Por favor, despídeme de tu madre. Te dejo.