El amor debería ser generoso, sencillo, natural comprensivo, mutuo, compañero y sano. Debería fluir como el agua de los ríos, disfrutando más del recorrido, preocupándose menos por el destino final.
El amor debería ser un beso de buenos días religiosamente antes de tomar el café de las mañanas, debería ser cocinar juntos aún así ninguno sepa cocinar, recostar la cabeza en su regazo mientras lee para que te acaricie el pelo, porque el simple contacto con su piel hace desaparecer cualquier preocupación, trae paz.
El amor debería ser jugar como niños y terminar haciendo el amor en la mesa de la cocina, compartir vuestras canciones favoritas, aún así sabiendo que ya no podrás escucharlas de nuevo sin traer su imagen de regreso. Mirarse a los ojos y no necesitar decirse nada porque la honestidad brutal de la otra mirada refleja el mismo amor que la tuya.
Contarse donde se rompieron y como hicisteis para reconstruirse el uno al otro. Abrazarse mucho y muy fuerte, respirándole, memorizando su olor. Contarse las canas…¿este es nuevo, verdad?
Besarse. Hacer el amor como si no existiese nada más que vosotros y ese momento.
Decirle que le quieres, que siempre le has querido, que siempre le vas a querer porque el vínculo que compartís no entiende ni de etiquetas, ni de fronteras, ni de años.
El amor debería ser poder despedirse con una sonrisa agradeciendo todo lo compartido y deseando lo mejor. Agradecer la confianza que inspira el otro para hacer algo tan íntimo.
Ojalá, nuestro amor, como esos ríos que se entrecruzan pueda volver a juntarse.
Pero si no sucede, ten por seguro, que el amor que compartimos fue: generoso, sencillo, natural comprensivo, mutuo, compañero y sano.