Me compré este peluche cuando tenía 18 años, durante mi primer viaje sola. Lo encontré en una feria en Arequipa y sólo costó cincuenta céntimos. Desde entonces, ha sido mi fiel compañero en todos mis viajes, recorriendo muchas provincias de Perú, otros países y ahora incluso en Estados Unidos.
Hace dos meses, tuve el placer de conocer a mi hermanito por primera vez. Desde el primer momento, él se encariñó con Doggy, mi peluche. Para entender por qué esto me sorprende tanto, debo contarles que mi hermano de 5 años tiene autismo, quizás leve o quizás moderado, pero lo tiene. Antes de conocerlo, mi papá y la mamá de mi hermano me advirtieron que debía tener mucha paciencia, ya que seguramente me rechazaría o simplemente no hablaría conmigo, ya que es algo con lo que él lidia todos los días.
Así que me preparé mentalmente para la posibilidad de que él no me quisiera o me rechazara. Sin embargo, para mi sorpresa y la de mi padre, nuestra conexión fue instantánea. Por casualidad, olvidé a Doggy en su casa cuando viajé a Washington, pero esa casualidad se transformó en una conexión permanente entre ellos dos.
Desde aquel día, James, mi hermano, no se separa de Doggy y duerme con él todas las noches. Lo necesita para llevar a cabo sus actividades diarias y lo cuida porque sabe que es mío y no quiere perderlo. No sé cómo explicarlo, pero esto me hace creer que todo es posible.
Para mí, James no es diferente; él es especial por su forma única de conectarse con las personas, y lo amo por eso.