«Hija, por favor no crezcas más…
eres mi tesoro, mi regalo no merecido»
Cumplía yo 15 años y ella se encargó de hacerme una fiesta sorpresa. Estaban todos mis vecinos, familia, mejores amigos, amigos conocidos, hasta mi amor platónico de ese entonces, y creo que fue solo porque ella se aseguró de que él fuera. Me conocía como la palma de su mano, me conocía mejor que yo misma.
Lo único que no sabría ella es que yo guardaría sus palabras para días como hoy, en que la única razón que me hace seguir de pie es saber que la volveré a ver, que el regalo fue para mí, un regalo que no merecí yo.
Entonces, me di cuenta que yo era…
la hija única de la «Hermana Rosa», la que se desvivía por su alumnos, la que daba más de lo que le daban a ella siempre. La que era feliz con el kilo de plátano que traían a la puerta de casa por agradecimiento de que que sus hijos sacaban mejores notas en matemáticas.
La mujer que crió cuatro generaciones de niños que ahora son como mis hermanos, unos ya se casaron, otros llamaron a sus hijas con el nombre de mi madre. Somos más de 400 los que fuimos amados por esta mujer. Y a pesar de ello, ella sabía como hacerme sentir especial siempre.
Aún recuerdo cuando tenía 7 años y que a la media noche ella practicaba sus clases conmigo. Hasta el día de hoy no conozco alguna persona que pueda alcanzar aquella creatividad. Una creatividad llena de ilusión y compasión por las personas que podrían entender menos que otras, un amor en cada palabra para digirse a esos niños y unos materiales que ella se inventaba de cualquier cosa reciclada. Yo estaba celosa de que ella no fuera mi maestra en la escuela. A mi seguro me tocó alguna con los estudios hechos pero no con ese talento.
Mi madre se tomaba horas y horas para crear algún material didáctico para que hasta el que menos quería aprender… aprendiese.
Esos niños fueron creciendo y mi madre tuvo que dejar su trabajo. Siempre intentaba yo visitarlos aunque a mí solo me conocían como «¿Tù eres la hija de la hermana Rosa?, ¿Cuando viene tu mamá a visitarnos?».Y eso que mi mamá lo puso fácil, solo le agregó tres letras a su nombre y me puso el mío, pero no, yo solo era «La hija de la Hermana Rosa».
¿Qué pude hacer de bien en mis vidas pasadas para merecer una madre como ella? Siento hasta vergüenza al escribir en su nombre.
Y pensar que esta noche podría estar echada en su cama riéndome con ella del mundo y siendo felices por lo que nos da El de arriba.
Sé que le asusta como el mundo va por delante mío, y si le dijera que ni siquiera sé en que parte del mundo estoy ahora sería peor. Pero la vida, Dios, las decisiones de una adolescente con muchas hormonas acarrearon lo peor que le puede pasar a alguien, alejarse de una persona como «La hermana Rosa», alejarme de mi madre, dejarla, probar el mundo por mis cojones.
Pero si le contase que lo único que tengo claro en mi vida es que sé de que se trata el «amor verdadero» , y es que no conozco otro amor más puro que en el de nuestras madres, ella se sentiría más tranquila. Porque no tuve miedo de enfrentarme a la vida sin ella, aunque mi vida sin ella no tiene significado alguno, pero sabe que ella se merece más y por eso no tuve miedo de ir a buscarlo.
Tal ves no sepa que yo solo me levanto en la mañanas por ella, que solo al recordar que tendré sus carcajadas de nuevo conmigo me dan ganas de beberme tres red bulls para hacer que sus sueños al fin se hagan realidad, que duermo pensando en que si le falta algo no me lo perdonaría, que si me extraña yo la extraño más, que si ella piensa que alguien me hará daño yo no lo permitiré porque soy la hija de la «Hermana Rosa», y quizá no sepa que jamás amaré a alguien en mi vida como la amo a ella.
Si supiera que la calefacción que está en frente mío no me calienta como sus abrazos, que ninguna ilusión pasajera se compara a llegar de media noche de la universidad y que te espere tu sopa favorita caliente en la mesa. Si supiera que si la pudiera abrazar ahora ella se hartaría de mi por que no la quisiera soltar nunca.
Si supiera lo agradecida que estoy con el cielo de la madre que me ha tocado, que no es justo que la tenga tan lejos, pero es lo que me permite saber lo tan valiosa que es y que seguirá siendo por el resto de mi vida.
Ojalá pudiese pedirle que me abrace ahora y decirle a sus oídos que ella es el regalo que yo no merecía.