«Estás donde estás porque has tenido suerte«; es lo que dicen todos luego de contarles mi historia.
«Suerte» no fue coger mis maletas y dejar a mi madre a más 10mil kilómetros de distancia.
No tuve «suerte» al dejar a mi familia y amigos, sabiendo que nunca más tendríamos esa misma conexión.
«Suerte» no tuve al dejar atrás todo lo que ya había conseguido en mi país.
«Suerte» tuve de ser mujer, porque me encanta ser mujer, y debo decir que mucho.
Porque llevamos dentro esta naturaleza de tener muchas emociones en un mismo momento. Como esas ganas de llorar tan fuerte que explotamos en una carcajada y disimulamos la lagrima del llanto por él de una risa. Ganas de cargar con los problemas de todos pero jamás dejar que otros carguen con los nuestros.
Ganas de amar mucho, y esperar que alguien te ame igual, o quizá no, pero ser amadas es lo que más nos gusta.
Y aunque «algunos hombres» crean que nosotras esperamos un príncipe azul, sabemos que nos gusta más la valentía del guerrero, el humor del bufón, o cualquier jinete en un caballo que nos rete a ver más allá… y entienda que aquí nadie necesita ser rescatada.
Y en lo personal, no creo que ser mujer haya afectado en mis posibilidades de fracasar o tener éxito.»Suerte» no fue, pero valentía sí, al igual que cualquier persona, hombre o mujer, la tuve.
‘Pero eres mujer, ¿sabes lo que te habría pasado?’
Lo sé y lo supe siempre, como el día en que me despedí de toda mi familia aquel viernes en Lima.
Me senté con ellos y mientras contaba que me iba estuve esperando que me detuvieran. Que al contarles que no sabía a dónde iba con exactitud, ni con quienes me iba a encontrar, ni cuánto tiempo tardaría en volver, me dijeran que no era posible, que mejor me quedara en casa abrazando a mi madre y cuidando de ella, que lo siguiera intentando en mi país, que era muy peligroso y que no me dejarían hacerlo.
Pero no, por el contrario, abrieron una botella de pisco para brindar que yo lo conseguiría, que ellos confiaban en que lo podría hacer, que pronto le regalaría la casa que se merece a mi madre, y que pronto ella tendría la vida que siempre quiso para mí.
No se «acojonaron» porque yo fuera mujer, ni siquiera que tan solo tuviera 20 años. Mi familia lo vio en mis ojos, en mi humanidad, las ganas de trabajar y crecer que tenía eran imparables.
Ellos no creían que porque sea mujer no tuviera las mismas oportunidades que otros, más susceptible quizá sí, o quizá no, y es que me da mas gozo terminar un proyecto que recibir un mensaje del amor de mi vida.
Así que esa noche solo brindamos y afirmaron lo siguiente, «Si necesitas algo más dínoslo, y recuerda que tu familia estará siempre aquí para ti».
Algún día cosechare mis frutos y no será por ser mujer, será por ser «yo».