Quiero compartir con ustedes algo que ha estado en mi corazón desde hace un tiempo y creo que es hora de expresarlo.
Mamá, quiero agradecerte sinceramente por no adentrarte demasiado en esos temas complicados del amor y los sentimientos. Nunca tocaste el tema del amor entre dos personas, ni siquiera compartiste tus propios sentimientos. Hablar de mí como mujer siempre pareció ser un terreno delicado, y el sexo ni siquiera formaba parte de tu vocabulario. Intenté hacerte ver que ya había salido de esa «burbuja» típica de los hijos primogénitos, especialmente siendo la única chica. Pero ahora entiendo que, para ti, amarme a mí misma significaba caminar con cautela, como si las madres siempre tuvieran la razón.
Papá, también quiero expresarte mi agradecimiento. No solías soltarme un «Te quiero» en cada llamada mensual, pero ese «Chau hija, te quiero mucho» al colgar era como un abrazo a través del teléfono. Me preguntaba si, por naturaleza, podrías sentir algo por mí. Ahora sé que sí, aunque tus ojos nunca se quedaran fijos en los míos, y quizás ese orgullo de Escorpio tenga algo que ver. Siempre supe que las hijas mujeres son las princesas de sus padres, pero nuestro cuento de hadas era diferente; mi corona la tenía que ganar yo día tras día.
Quiero que sepan que lo que les estoy escribiendo no viene con rencores ni enojos. Al contrario, les agradezco sinceramente por todo. Gracias a ustedes, construí la mujer que soy hoy: cautelosa pero sin miedo, esforzándome por ganarme esa corona cada día, porque no quiero una, las quiero todas.
Ustedes me dieron las dos lecciones más importantes sobre el amor. Gracias a ustedes, descubrí que el amor auténtico no causa dolor; lo verdaderamente doloroso es no reconocer cuánto te aman.
Gracias por cada detalle, todo cuenta y sigue contando para mí.
Con mucho cariño,
Chín.